miércoles, 10 de diciembre de 2008

Reflexión final

El final del cuatrimestre llegó, y me encontró como al principio: rodeada de apuntes, libros, fotocopias y hojas sueltas llenas de notas. Pero solo en apariencia todo era igual que al comenzar la cursada. Hace unos días ya, antes de ponerme a redactar esta reflexión, me puse a pensar que realmente fue un proceso largo pero que valió la pena. Siento que aprendí mucho del proceso que conlleva la escritura. Seguir el ritmo de las lecturas, hacer notas de lector, escribir los bloques, entregarlos a tiempo, buscar información, releer mis propios textos, todo esto me sirvió como práctica. El hecho de descubrir formas nuevas hizo que me sea interesante seguir leyendo y escribiendo.
Fue un proceso largo, eso si. Quizás en ocasiones se tornaba frustrante tener tanto para leer, pero ya a esta altura, me acostumbre a esa sensación de agobio por los textos. La universidad nos deja con esa impresión desde los primeros días.
A mí me encanta escribir, sin embargo, en algunas ocasiones sentía que era muy difícil expresarme con sinceridad en mis escritos. Por momentos percibí que no podía despegarme de lo estructurado. Lo que más me costó fue escribir los cuentos partiendo de los papelitos con datos que nos intercambiamos entre los compañeros. Eso me llamó mucho la atención, porque a mí siempre me había gustado mucho escribir cuentos, pero esta vez, al no ser completamente libre la elección de los componentes de mi historia, me sentí como limitada. Si bien era un buen ejercicio, y me demostró que se puede escribir una historia partiendo de cualquier cosa, a mi no me gustó demasiado.
Básicamente eso fue lo único que siento que no me sirvió, porque lo demás realmente me fue útil. En especial el bloque crónica, que fue mi favorito. Me encanto escribir la crónica cultural, disfruté mucho yendo al teatro y tomando notas de todo lo que veía: me sentí una verdadera periodista, quedé muy satisfecha con el resultado.
El seminario es un laboratorio donde se experimenta con la escritura. Empezamos probando cosas nuevas, mezclando géneros, pensando variantes, y estas acciones nos ayudan a romper con esa idea de la literatura como un campo en el cual no todos son bienvenidos. Porque esto no es así. A pesar del cansancio por las lecturas, la falta de inspiración a veces y alguna que otra frustración al no encontrar un tema que nos parezca adecuado para escribir, el camino recorrido valió la pena. Me llevo mi carpeta con las hojas colmadas de reflexiones, ideas, pensamientos y la sensación de encontrar (felizmente) en las páginas que la calidad de lo que escribo ha ido mejorando.


◘Carolina Navarro◘

jueves, 4 de diciembre de 2008

Ensayo: Escribir es trabajar

Me divertía muchísimo, al principio. Dejé de divertirme cuando descubrí la diferencia entre escribir bien y mal, y luego hice un descubrimiento más alarmante aún: la diferencia entre escribir bien y el verdadero arte. Una diferencia sutil, pero feroz. (...) Cuando Dios nos ofrece un don, al mismo tiempo nos entrega un látigo, y éste sólo tiene por finalidad la autoflagelación

Truman Capote

Confieso que me gusta escribir y que me lo paso bien escribiendo. Me resisto a creer que nací con este don especial. Al contrario, me gusta creer que he aprendido a usar la escritura y a divertirme escribiendo; que yo mismo he configurado mis gustos.

Daniel Cassany


Hay muchas preguntas que me invaden cuando escucho hablar de ‘el don’ que poseen algunas personas para la escritura. La intensión de este trabajo es reflexionar en torno a este tema. Me interesa comprobar que la escritura es para todos, y no solo para algunos que nacieron con un talento especial.

A pesar de lo que se suele pensar, escribir no consiste en volcar en un papel lo que uno piensa o trasvasar ideas sin elaborarlas previamente. No es solo eso. Daniel Cassany, en su libro “La cocina de la escritura” compara el proceso de escribir con el de cocinar. Esta original analogía resulta verdaderamente útil para poder entender que la escritura no es para unos pocos iluminados. El autor propone una guía de tono distendido que sirve a aquellos que desean mejorar sus habilidades como escritores. Ofrece una múltiple variedad de ejemplos y correcciones que favorecen a su rápida comprensión. Nos introduce a una cocina abierta para todos aquellos que se ven a sí mismos como aprendices de escritura.

Si nos enfocamos en autores como Capote, que opinan que la escritura es un don otorgado divinamente, nos es lógico pensar que la escritura no es para todos. Yo no estoy de acuerdo con esa noción. Creo que alguien puede ser un buen escritor, sin importar el talento que posea, o si tiene o no un don especial. Creo que la escritura se puede aprender, es un proceso donde aquel que recorre el camino toma conciencia de sus propias facultades.

Es difícil lograr concientizarse del trabajo que conlleva la escritura. Tomemos como ejemplo un seminario de escritura. En un ámbito como ese, cada persona que participa, expone sus capacidades y dificultades. Explora la variedad de estilos y gracias a esto, se redefine su propia manera de escribir. A medida que avanza su entrenamiento, va adquiriendo habilidades que en un primer momento no poseía. Conoce más sobre si mismo, descubre sus propios puntos fuertes. Y, cuando el seminario de escritura se termina, los alumnos se llevan no solo los productos, sino una caja de herramienta de la cual pueden valerse para seguir de ahí en más.
Un seminario de escritura es como la cocina, coincido con Cassany. Analicemos las similitudes: en ambos sitios, se busca un aprendizaje, mediante la práctica intensiva de una actividad. Tanto en el seminario como en la cocina, lo que se realiza (escritos o platos, según el caso), implica una elaboración. Así como un chef puede enseñarle a sus alumnos los secretos ‘para cocinar bien’, Cassany nos ofrece una receta para aprender a escribir de manera correcta. En estos dos ámbitos, como es de esperarse, hay dificultades que nos esperan. Por este motivo, antes de emprender la tarea, debemos formular objetivos sensatos, dependiendo de las capacidades y el interés de cada uno. Algunos saben más que otros, algunos tienen mayor habilidad, pero esto no significa que aquellos a los cuales se les hace más dificultosa la actividad, no puedan ir aprendiendo de a poco a escribir con mayor facilidad. Si bien es cierto que no todos los que intentan logran su objetivo, esto no significa que la escritura sea un campo inhospitalario para aquellos que no sean expertos.
Según Cassany, aprender a escribir es un proceso, en el cual el objetivo presente es mejorar las aptitudes, las habilidades y actitudes. Para acompañar este proceso, resulta útil una herramienta como la del diario de escritor. Mediante este recurso, se puede adquirir una conciencia real de los avances en el camino hacia una buena escritura. Al mismo tiempo, se logra construir una autonomía en la persona que escribe, ya que puede desligarse de otras ayudas externas para finalmente poder valerse de si mismo para trabajar sus ideas por escrito. Gracias al diario de escritor, se puede encontrar en las propias reflexiones y dudas que van surgiendo en el camino, ideas que podemos retomar en los escritos próximos. En el diario, el que escribe puede plantearse a si mismo el motivo que lo acerca a la escritura. Y la respuesta obtenida será una honesta revelación. Si se explicitan los problemas, se mejoran las habilidades. Escribir es una forma de autodescubrimiento: se consigue una manera distinta de interpretar los trabajos propios. Se adquiere una manera de ver los escritos propios con cierta distancia, que se asemeja al modo en que leemos otros autores. Y es esta visión la que nos hace romper con la inseguridad para arriesgar nuevas estrategias.
Me gusta la idea de comparar un taller de escritura con la cocina. Como he dicho anteriormente, en ese lugar, uno expone habilidades y dificultades. Hay quien posee talento innato para expresarse y hay quienes deben valerse de un enorme esfuerzo para conseguir plasmar sus escritos tal como los piensan. Pero al igual que en la cocina, todos pueden lograr mejorar sus capacidades, siempre y cuando se esmeren en conseguirlo. Es una tarea ardua y constante. La perseverancia en el trabajo hace la perfección. No se trata solo de inspiración, la escritura es también (y más que nada) fruto del trabajo. Como dijo el genial Thomas Alva Edison: El genio es uno por ciento de inspiración y un noventa y nueve por ciento transpiración.

Bibliografía:
CAPOTE, Truman, Música para camaleones, Emecé, Buenos Aires, 1981.
CASSANY, Daniel, La cocina de la escritura, Anagrama, Barcelona, 1995.
CASSANY, Daniel, “Leer como escritor”, en Describir el escribir: cómo se aprende a escribir, Paidós, Barcelona, 1993.

diario de escritor (a)

El primer ensayo que leí del bloque es el de Flusser: un ensayo sobre los ensayos, es decir: sobre los estilos. En particular se enfoca en los de tipo erudito. Compara el estilo académico y el estilo vivo. El primero es mucho más despersonalizado, mientras que el segundo tiende a ser más cercano a lo propio del autor. Se refiere a los ensayos de tipo académico como ‘tratados’, que vendrían a ser trabajos de un estilo más formal.

Dice Flusser que en la elección del estilo no solo se ve afectada la forma, sino también todo el contenido. Trata de demostrar que una diferente manera de presentar un pensamiento implica una diferente manera de pensar: que el estilo da la forma.

Lo que observé en este ensayo es la habilidad del autor para defender su hipótesis, mediante argumentos inteligentes. Él mismo ofrece algunos contraejemplos, a modo de demostrar que existen algunos casos en los cuales los estilos no se pueden encasillar tan fácilmente.

Es interesante su planteo sobre la importancia de elegir a la hora de plantear un problema, el estilo. Afirma que el estilo académico no es espontáneo, sino deliberado. Asume la responsabilidad de la validez del argumento y reduce la responsabilidad del autor.

Me puse a pensar que a mí me va a tocar eso: voy a escribir un ensayo, ¿Qué estilo debo elegir? Por un lado es académico, porque sin duda es un trabajo para una materia universitaria. Pero por otro lado, sería un trabajo de reflexión personal y deberá tener decisiones, arriesgar planteos, desarrollar hipótesis propias. Flusser, al referirse a un estilo vivo, inmediatamente me lleva a equiparar el estilo académico con lo muerto. Y lo muerto se asocia fácilmente con lo aburrido, frío, poco original. Un estilo arriesgado es siempre más interesante: un estilo más personal es lo adecuado. El tema del ensayo se va tornando propio: uno es el ensayo. Y a esto se refiere Flusser con el riesgo que se corre al elegir este estilo.

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De los ensayos de Italo Calvino disfruté mucho el primero: Colección de Arena. No parece ser un ensayo, más bien se asemeja a una crónica literaria. Lleva a la reflexión.. El autor se deja llevar por sus pensamientos. Comienza a atribuirle sentido a las colecciones que observa en la exposición. A pesar de no se asemeje, hay varios indicios que nos demuestra que este texto es un ensayo. Hay una idea, un planteo: una hipótesis.

“La fascinación de una colección reside en lo que revela y en lo que oculta del impulso secreto que la ha motivado”. Las reflexiones de Italo Calvino parten del procedimiento mental que implican.

Algo así ocurre con la escritura. El deseo (consciente o inconsciente) de dejar materializados nuestros pensamientos. Guardar nuestras ideas, plasmarlas en papel. Como aquellas personas que escriben un diario íntimo. Como nosotros mismos, los alumnos del seminario, cuando trabajamos con el diario de escritor. Lo que hago en este preciso instante. Reducir lo que uno piensa a unas cuantas letras sobre una hoja de papel. Todo se relaciona. La colección de arena es una analogía de la vida.

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Me gusta el ensayo “Mirar” de Berger, en particular el primero (lo mismo que me sucedió con el de Italo Calvino). Me gusta porque me da la impresión de que el autor realmente se dedicó a investigar el tema, ya que se puede comprobar en su manera de escribir, que el tema le interesa profundamente.

El análisis preciso que hace de las fotografías, las conclusiones que saca, nos muestran su capacidad de conectar elementos que no son fáciles de asociar.

En el ensayo leí la palabra ‘estereotipos’ e inmediatamente la asocié al tema de mi ensayo. Probablemente esa palabra esté incluida en mi trabajo. Me hace reflexionar sobre los estereotipos de los escritores: generalmente pensamos que son personas iluminadas, que cuentan con musas inspiradoras, son gente especial, única: diferente. ¿Pero esto será realmente así? ¿No todos podemos ser escritores?

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Hoy leí el capítulo cuatro del libro de Alvarado y Yeannoteguy. Básicamente lo que explican es que el discurso argumentativo tiene por finalidad persuadir a sus interlocutores. Al escribir un ensayo, lo que importa es convencer a los lectores de que nuestras propuestas son válidas.

Es interesante en el capítulo, la aclaración de por qué cuando se trata la argumentación, se habla de orador y auditorio. Hay una construcción imaginaria de un debate. Yo escribo imaginando que aquel que lea mi ensayo me plantee dudas u objeciones. Por lo tanto deberé prevenirme y brindar yo misma posibles objeciones a mi hipótesis y defender mí idea.

Protágoras sostenía que la excelencia del decir tiene, en si misma, una eficacia demostrativa capaz de transformar el discurso más débil en el más eficiente. Lo que debo hacer, por lo tanto, es fortalecer mi discurso, mediante recursos que sean difíciles de objetar. El problema que yo planteo (si todos pueden escribir, si todos pueden llegar a ser escritores) es controversial. Partiendo de dos puntos de vista sobre el arte de la escritura (Capote y Cassany) voy a plantear mi propia posición al respecto. Mi intención es ser clara y contundente. Me resultó atractiva la idea de incluir en el epígrafe de mi ensayo, dos citas de esos dos escritores que mencioné más arriba, ya que son dos extremos opuestos del problema que planteo.

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miércoles, 3 de diciembre de 2008

Diario de escritor

Y llegó finalmente el momento de escribir el ensayo. Al principio me sentí un poco insegura respecto al tema que iba a elegir para desarrollar, pero luego de pensar varios días las posibilidades, decidí escribir un ensayo sobre la escritura. Me interesa reflexionar acerca de si se puede realmente aprender a escribir. ¿Se puede aprender a desarrollar esa actividad, así como se puede aprender a tocar un instrumento musical? ¿No hace falta nacer con un don especial?

Me interesa el tema, porque lo siento propio. Siempre me pregunte si realmente se puede mejorar la capacidad para escribir. Si hay posibilidades de que alguien que nunca tuvo un encuentro demasiado cercano con la escritura, pueda mejorar su relación con esa actividad.
Aquí, en este seminario de escritura he aprendido que la escritura se mejora si hay un trabajo constante. La practica hace la perfección, dijo alguien alguna vez.
Aunque sin duda, todos nos sentimos a veces frustrados, con ganas de tirar la toalla por no poder obtener el resultado que deseabamos, respecto a nuestros escritos. A veces el esfuerzo no rinde los frutos que esperabamos. Algunas personas simplemente no desean mejorar, porque es algo que no les interesa. Pero esto no quiere decir que la escritura es solo para unos pocos.
Todo depende de las ganas de escribir, de las ganas de expresar algo.

lunes, 10 de noviembre de 2008

Cuento. Consigna: azar

Ironía

Yo tengo un sapo que se llama Pepe, que salta y salta por todo el jardín... salta y salta por todo el jardín. Ella, salta y salta por todo el jardín. El sol comienza a asomarse, ya las hojas de los árboles brillan y se retuercen con la dulce brisa matinal.

Mía tiene siete años. Corre y juega entre las flores de su gran patio. Peina los rubios cabellos de su muñeca y se divierte sola. Esta contenta y se nota. Hoy es el segundo día que pasa en Miramar. Siempre su familia elige ese destino cuando llegan las vacaciones. Un lugar tranquilo para alejarse de todo. Mía comienza a recoger pétalos de flores, hojas de diversas formas: planea hacerle una tarjeta a su padre que mañana cumpliría años.

Rodrigo Miguel Aranguren nació un diez de diciembre de 1950. Tuvo una dura infancia, criado solo por su madre. Su padre lo había abandonado a una temprana edad y nunca más supo nada de él. Marcado por esto, el señor Aranguren se prometió a si mismo cuidar de su hija hasta el final de sus días.

Los últimos diez años los transcurrió desempeñando el cargo de presidente de su propia compañía de automóviles. Aunque su verdadera vocación era ser abogado: recibió su título a los veintiún años. Durante su juventud vivía para sus estudios, siempre buscando superarse. Perseguía una finalidad sin fin. Desconocía el verdadero motivo que lo llevaba a buscar constantemente la perfección: no se perdonaba el más mínimo error. Era muy severo consigo mismo. Tal vez intentaba llenar el vacío que le dejó su padre, completar ese rastro incompleto.

Quizás era eso lo que lo hacía ser como era. Un eterno insatisfecho. Pero los últimos días no se sentía igual. Sentía que por su obsesión por el perfeccionismo estaba desperdiciando su tiempo.

Él siempre fue un hombre metódico, inseparable de su agenda, dejaba por escrito todo aquello que debía hacer. Desconfiaba de su memoria. Aranguren siempre cargaba su reloj pulsera. Un valioso reloj de exquisito diseño que compró cuando era joven. Ahorró meses y meses hasta juntar el dinero, atravesó varios empleos de distinto tipo, pero la satisfacción obtenida al haber conseguido lo que deseaba por sus propios medios valió todas y cada una de las horas de trabajo que empeñó en ello.

Aranguren siempre lograba obtener lo que quería. Era un hombre tenaz, implacable. Un hábil negociante: la retórica era su más poderosa aliada. Podía convencer a cualquiera de lo que sea. Fue esta habilidad la que sin duda lo llevó hacia el importante cargo que ocupaba.

Su mirada era fuerte. Sus rasgos aún se delineaban prolijamente a pesar de sus años. Era un hombre seductor. Su determinación y energía lo hacían irresistible a las mujeres que lo rodeaban. Sin embargo, él no se involucraba ya que prefería enfocar su energía a su carrera. A lo largo de su años fueron desfilando no muchas mujeres, pero todas ellas poseían una belleza cautivadora. Pero solo Mara fue quien supo entrar en su vida. Una mujer inteligente y sensible. Madura a pesar de su edad: era trece años menor que él. Logro seducirlo con su manera de ser, tan femenina y delicada. Su carácter era suave, mezclado con una dulce perversidad. Fue con ella con quien tuvo a Mía. Su primogénita poseía los mismos ojos oceánicos que él. Una belleza que imantaba a cualquiera.

Esa mañana, ese diez de diciembre, se percibía algo en el aire. Una sensación que distaba de ser la normal. Aranguren lo noto, pero ignorándolo siguió su camino hacía el automóvil, como lo hacía todas las mañanas. Iba a comprar el diario, como siempre. Comenzó a conducir con la serenidad a la que estaba acostumbrado. Esa mañana caliente lo despertó con la noticia de que había cumplido 58 años. Recordó ese detalle y respiró profundamente. Sintió la repentina necesidad de hacer algo fuera de lo común. El hombre cuya meticulosidad en ocasiones resultaba casi fría. El hombre que no dejaba ningún asunto librado al azar, decidió esa mañana conducir unos segundos con los ojos cerrados. No había nadie en la calle, era aún muy temprano. Conocía el lugar como el reverso de su mano. Nada podía salir mal. Poco a poco fue bajando sus párpados superiores hasta hacerlos encontrar con los análogos. Extendió sus piernas apenas un poco, para ganar seguridad. Afirmó sus manos sobre el volante. Lo estaba haciendo, estaba conduciendo sin mirar. Si tan solo hubiera decidido hacer esto unos pocos segundos antes hubiera evitado el trágico choque que lo dejó sin vida la mañana de ese sábado. Mía abre sus ojos en su habitación. Hay algo que no la deja dormir...

martes, 21 de octubre de 2008

Cita

Es difícil encontrar una cita que resuma lo que uno siente respecto a la escritura. Algo que sea clave. Comencé por buscar citas de Cortázar y me quedé con una de ellas.



○•Nada está perdido si se tiene el valor de proclamar que todo está perdido y hay que empezar de nuevo.•○

Julio Cortázar



Esta frase me parece adecuada, desde el punto de vista de la producción de los escritos.
Cuando me siento bloqueada, sin ninguna idea, lo mejor es aceptarlo y volver a comenzar.
El error suele estar en el orígen. Volver a la base, probablemente sea la mejor manera de solucionar el problema.
Escribir es una tarea tan hermosa, tan libre... se puede expresar todo de una manera muy especial. Resulta verdaderamente molesto tener que seguir fórmulas.
Cada uno debería saber lo que puede escribir. Lo que debería escribir.
Si se da cuenta que algo no esta funcionando, que algo no se siente como propio, hay que detenerse.
Así, cuando volvemos a ser nosotros, lo que queremos escribir fluye solo. Con toda naturalidad.

sábado, 18 de octubre de 2008

Crónica/nota de investigación


Archivando Vidas

Son las 20:45 y me encuentro caminando por Palermo. La noche esta fresca, pero agradable. Me dirijo al teatro Sarmiento que forma parte del Complejo Teatral de Buenos Aires. Este establecimiento esta compuesto por una sala que funciona en el predio del zoológico. Lo que me trae a este lugar es el proyecto Archivos desarrollado por Vivi Tellas, directora del lugar desde el año 2001.
El Ciclo Biodramas (biografías escenificadas), es una forma de teatro experimental. Pone en escena vidas de personas reales con el intento de investigar lo documental en teatro, «un género que pertenece al cine, pero que me interesaba hacerlo en un escenario» según las palabras de Tellas. Desde que asumió la dirección del Sarmiento, propuso que el sitio se convierta en un centro de investigación teatral.
«Este teatro está subvencionado por la gente, con presupuesto público. Me gusta que miremos a la gente, entonces Biodramas es un proyecto que mira a las personas. Que elige a una persona y la vuelve un material dramático. Aspiro a que este espacio sea realmente un centro de investigación. Con mucha conciencia institucional y artística. Es como revolver un material y mostrarlo poéticamente. Y eso lo pensé para el Sarmiento.»
Su proyecto se basa en invitar un director teatral y pedirle que elija una persona cualquiera, viva y argentina: esas son las condiciones. La intención es histórica, ya que al contar la historia de una o varias personas, de esa singularidad surgirá una trama histórica, que mezcla los hechos y lo personal. Es una idea interesante, y yo me propongo analizarlo personalmente.
Según Vivi Tellas, todas las obras reflejan sin habérselo propuesto, la extinción de algo. La caída de una forma de ver el mundo. La obra que vine a ver hoy no escapa de esta temática. En “Tres filósofos con bigotes” una de los cuatro Biodramas que actualmente componen el ciclo, podemos dar cuenta de esta idea. Me encuentro sentada en la tercera fila (la última de las filas). En el Sarmiento se tuvieron que hacer ciertas modificaciones: la obra impone que no debe haber más de cuarenta personas por función.

Los tres hombres, filósofos de la Universidad de Buenos Aires, ya habían comenzado el acto y nadie se dio cuenta. Cuando ingreso al lugar, ellos se hallan debatiendo. Se quejan sobre la situación actual de la filosofía. Culpan a Kant de haber arruinado aquella época maravillosa en la cual los filósofos se encargaban de llegar a lo más alto con solo el pensamiento. Llegar a ideas elevadas con puras especulaciones. Ahora la realidad los obliga a tener que trabajar.
«Son obras sobre “los últimos que...”, sobre “lo que queda de...”. “Escuela de conducción” (otro de los espectáculos) es sobre las ruinas de un mundo donde la relación entre hombres y mujeres funciona como una dialéctica blanco/negro, hecha de antagonismos, que a la vez construye una teatralidad muy fuerte» dice Tellas. «Cuando un mundo se extingue cae en una especie de desuso y puede volverse increíblemente poético»
La obra me hace experimentar sensaciones entremezcladas. Hay momentos de nostalgia. Hay situaciones que provocan una risa imposible de contener. Hay efectos muy bien logrados con la música y la iluminación. Hay mucho, logrado con muy poco. Esto no es casualidad: “los archivos documentales en vivo”, están más relacionados con la instalación en el campo de las artes plásticas que del teatro. La directora, comenzó su formación estudiando en Bellas Artes.
Otros biodramas que se están presentando actualmente son: “Mujeres Guía” y “Disk Jockey”. En todos ellos la estructura es similar: hay una alternancia entre pequeños fragmentos autobiográficos con representaciones actuadas dependiendo el área donde los individuos desarrollen sus actividades.
Las obras no son ampulosas, cuentan con unos pocos elementos en escena. Estas obras tienen una estructura fija: esta la mesa, el reloj y hay objetos en la mesa que se van mostrando. Se trata simplemente de contar algo de la vida de alguien, siendo esta una persona que existe en la realidad.
«En un mundo descartable, ¿Qué valor tienen nuestras vidas, nuestras experiencias, nuestro tiempo? Biodramas se propone reflexionar sobre esta cuestión. Se trata de investigar como los hechos de la vida de cada persona –hechos individuales, singulares privados-construyen la Historia. ¿Es posible un teatro documental, testimonial? ¿O todo lo que aparece en el escenario se transforma irreversiblemente en ficción? Ficción y verdad se proponen en tensión en esta experiencia». El folleto que me entregaron es bastante pretencioso, pero una vez que finaliza la obra, veo que en realidad eso es lo que encuentro. Reflexiones sobre la vida, mezcla entre ficción y realidad.
El componente fundamental es el biográfico. Ese elemento primordial logra que yo sienta una identificación con los protagonistas que no cualquier actor puede lograr. Más allá de que sean profesionales, más allá de que su trabajo sea distinto al mío, efectivamente hacen una buena representación. Son personas comunes expresando sus sentimientos, narrando sus vivencias. Al representarse a ellos mismos, exponen su manera de ser ante los espectadores con una crudeza que impacta. Tienen esa espontaneidad que les otorga el haber sido protagonistas de los hechos que relatan.
«Creo que en todo no actor hay una “actuación”, pero es una actuación amenazada, signada por el azar, el error, la falta de solvencia. Lo que los archivos ponen en escena es una tentativa de actuar; por eso, porque es esencialmente inocente, la actuación del no actor produce incertidumbre: no hay garantías, el espectador nunca sabe qué va a pasar, si la obra saldrá bien, si llegará al final, si no habrá algún accidente...»
Lo que me gusta de entrada es la disposición del espacio. Los ‘actores’, o mejor dicho, intérpretes, se encuentran a pocos metros míos. Cada obra toma personas de un ámbito específico y los pone a contar un fragmento de su vida. Personas como yo contando sus experiencias. Y esa proximidad influye directamente en el público.
Ya van siete años desde que Vivi Tellas comenzó con sus obras experimentales, que apuntan, según ella «a buscar teatralidad fuera del teatro». A sus trabajos ella prefiere dar el nombre de Archivos. Los primeros que realizó fueron “Mi mamá y mi tía” y “Cozarinsky y su médico”. Los llama Archivos porque señala: «cada persona tiene y es en si misma un archivo, una reserva de experiencia, saberes, textos, imágenes. Veo algo o alguien que me entusiasma, me despierta curiosidad, y decido ponerlos en escena porque tengo ganas de desplegar y compartir lo que descubro en ellos. Tomo el mundo al que pertenecen, hago un procedimiento, le pongo mi mirada y después muestro la sustancia que resulta».
Para poder iniciarse en uno de estos proyectos, Tellas o bien debe haber transitado por esos mundos que va a representar, o ver en ellos un potencial, un «coeficiente de teatralidad». Cuando la realidad se convierte en teatro, ella lo denomina Umbral Mínimo de Ficción. Hay algo que debemos tener en cuenta: al ver las obras pareciera ser que lo que sucede en ellas es todo real, natural. Pero esto no es así. Esta construido, esta ‘teatralizado’. Pone en escena lo que le gustaría que pasara con esos materiales. Se da el gusto de organizar un mundo ajeno como se le de la gana. Y a la vez se convierte en espectador. «Hago con eso otro mundo y lo vuelvo a mirar. Es un proceso de deconstrucción».

¿Como logra convencer a personas que no saben actuar de que sean parte de obras que los tiene como protagonistas? Vivi T ellas responde: «Los abordo y les digo: “Quiero hacer una obra de teatro con ustedes”. Y les doy una tarjeta que dice que soy directora de teatro. Los filósofos aceptaron enseguida. Con los de Escuela de conducción fue más complicado: el profesor que más me interesaba, de hecho, se negó a participar. Una vez que aceptan deben empezar a confiar en mí, porque no tienen la menor idea de lo que va a pasar. No los obligo a nada: trabajamos con elementos de sus vidas personales, pero son ellos los que deciden qué van a mostrar en público y qué no. También les digo siempre que puede que nos juntemos y no pase nada interesante. Es como un experimento científico: el fracaso siempre está en el horizonte». Ella explica que debe estar atenta, para no interferir, y no pedir cosas que los intérpretes no puedan hacer. «Encontré la fascinación en lo inestable, en la falta de virtuosismo, en la inocencia. No es la idea trabajar con gente que no son actores para pedirles que actúen. Para eso me encantan los actores. Esto viene de otro lugar.»
La obra termina. No se si decir abruptamente, ya que han pasado noventa minutos desde que ingresé al teatro. Pero al haberme compenetrado tanto en la obra, en las historias de los profesores, el tiempo se pasó volando. Antes de llegar a reaccionar, los tres hombres nos invitan a un ‘banquete filosófico’. Observo al costado del recinto que un lugar iluminado se abre y deja ver una mesa que ya esta servida. Lentamente la gente se acerca, algo tímida a disfrutar de ese agasajo. Después de una obra como esta, ciertas dudas nacen, y que mejor que ese momento de intimidad con los actores, para aclarar confusiones. «Para mí es muy importante porque el público queda un poco desconcertado de lo que ve y me parecía lindo que se quedara. Me interesa mucho que el espectador no se sienta abandonado luego de ver la obra ». Esto sucede con las cuatro obras. En cada una de ellas las picadas son temáticas.
«Es bastante difícil entender lo que pasa con las obras. Es complicado saber si es teatro o no... » concluye Tellas. Hay algo que se forma con estos cuatro archivos. En la suma de todos, observo que no se puede especificar con certeza de que se trata. Y no me preocupo demasiado. Es algo confuso de definir. Es mejor entonces, simplemente ir a verlo.